La epifanía: de la literatura a Mercury


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       El viaje fue muy largo para llegar al alumbramiento. Estaba en el penúltimo semestre de la maestría en Estudios Literarios y en la clase de Autoras Latinoamericanas llegó a mis manos la novela Este es el mar de la escritora argentina Mariana Enríquez. La novela cuenta la forma de cómo las estrellas de rock se vuelven leyendas, para eso existen unos seres llamados las luminosas, una especie de hadas que son las encargadas de darle muerte a los cantantes en el momento perfecto y así convertirlos en leyendas. Esto lo he contado una y otra vez, jamás se puede olvidar, porque es el mapa exacto hacia la fascinación. 

       La tarde en que estaba preparando la presentación de Este es el mar recordé la voz de una canción titulada Bohemian Rhapsody, esa misma que escuchaba mi hermana tiempo atrás. Recordé el atisbo de un cuerpo de hombre, una historia que leí en algún lado o me la contaron en un día de sol y olvidé. Pero  llegó como la epifanía que embellece un episodio en la vida en que uno le duele el crecimiento del alma. 

       ¿Cómo fue la luminosa que entregó a Freddie Mercury a la muerte? Su nombre por primera vez en mis labios, el bocado de mi madre en la lengua: un coro de Queen. Desde entonces la vida es un romanticismo del que no me quiero deshacer, parece que todo puede dar un vuelco definitivo. Uno se arma de valor y hace mil cosas, entrar a Queen es dar marcha a cualquier símbolo de viaje. 

     Escudriñé biografías, fotografías y videos, se me humedecieron los ojos al caminar por la calle y escuchar en mi reproductor de música These are the days, sentí elevarme en un momento crucial del abandono. Un domingo a comienzos de noviembre fui a la Biblioteca Gabriel García Márquez a entregar unos libros, al salir de la biblioteca me detuve a mirar los anuncios y en uno decía que se realizaría un café literario dedicado a Freddie Mercury. De nuevo a parecía él como una fuerza natural, enteramente natural. 

       
       En el café literario dirigido por el promotor de lectura Jonatán Vergara Palomino, aprendí mucho más de la grandeza de Mercury y de Queen. Compartí con otras personas el escalofrío y el aumento de pupilas al verlo inmenso en conciertos, el volumen levantó su temperatura olvidándose que en una biblioteca debe prevalecer el silencio. 

"Queen no es solo música, es una forma de vida para ser apasionado con todo lo que se hace", fue la conclusión del café literario. Esa noche regresé a casa con el corazón borracho de inmensidad.

      Yo, que soy salsera, yo, tan alejada del rock, yo, tan distante a ser fanática, estoy entregada a la masculinidad de Mercury, a su sensualidad que se hace eterna en este cuerpo, a su sensibilidad que prevale en los silencios de esta casa. Ahora bailo sus canciones como si fueran los sones más sabrosos, invento gestos en el espejo y me desgarro en las madrugadas con los sonidos bestiales de sus lamentos. Amo que Marco, el ser que me obsequió mi primer disco de Queen, me hable de él en nuestros encuentros y que su mirada infantil imaginen las palabras I still love you.

         La poesía y la literatura han sido mi primera salvación, la segunda: la danza y la música, Freddy Mercury la razón de peso, la constante. Sé que vendrán más epifanías y él estará aquí, en la aparición y el fracaso de los días porque se fue en el año en que yo llegué.

       Me coloco los audífonos, suena Linving on my, danzo, danzo, danzo, danzo por todos los lados, por todas partes, danzo, danzo, danzo... Esto es sublime. 




Estefania Almonacid Velosa.




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