La pereza

     
Fotografía de Estefania Almonacid Velosa. 2016.

       Nada habría más propicio que una de estas mañanas húmedas y opacas, para rezar las letanías de la pereza. Yo daría mucho de lo que no tengo, por llegar a ser el cantor de la virtud nacional, que es la pereza. Yo la llamaría en el elogio que de ella hiciera, con muchos de los dictados que se aplican a la madre de la cristiandad: janua coeLi, turris eburnea, consolatris aflictorum, y otros que le caen mejor a la pereza, madre del ensueño, progenitora de los pensamientos profundos, en cuyo seno se engendran las resoluciones heroicas, las inspiraciones geniales, las obras artísticas, y todas las cosas que merecen algún respeto. 

      En el ondo debe haber ciertas analogías entre los dos temas que así han suscitado imágenes semejantes. La religión de nuestros padres está inspiraba en la quietud, en la renunciación, en la humildad y en la paciencia. Y tales son los componentes indispensables de una sólida pereza, profesada con firme convicción. El ideal supremo del creyente y su recompensa máxima, el paraíso, no es otra cosa que el Nirvana con un poquito de música.

      Para nosotros, país católico, que tendríamos a mucha honra llegar a ser admitidos como Estado pontificio, y que nos alimentaríamos con besarle los pies al Santo Padre, la pereza es, después de Dios, nuestro más vivo regocijo. La ociosidad nos deleita hasta un grado inverosímil para una virtud pasiva, y parece que pensamos con el humorista inglés que...

 «no cabe disfrutar por completo de la ociosidad sino cuando tiene uno muchísimo qué hacer».

     La verdad es que si la pereza fuera un vicio, no hay otro más delicioso, ni más propio del ser racional, ni tampoco más favorable a la elaboración intelectual. En el ruido y en el movimiento continuos, en medio de la actividad y de las agitaciones físicas, musculare, solamente florecen sentimientos banales, ideas de una trivialidad atroz. Quien no sea perezoso, no adquirirá la costumbre de pensar. Porque la pereza confiere innegables superioridades, es tan combatida, con lugares comunes y con frases vacías, por los espíritus superficiales. 




Escrito por el periodista boyacense Armando Solano (1887-1953) en su recopilación de crónicas Glosario sencillo. (1925).




Dibujado por el caricaturista Ricardo Rendón. 





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