Vida y pasión de una pitonisa

    


     Nos cuenta la prensa de hoy que Mariana Madiedo, la célebre cartomántica que durante años ha llenado con su sabiduría la historia de las creencias supersticiosas de Bogotá, fue llevada ayer a la cárcel, detenida por un "affaire" cualquiera. Se dice que ella al poner las cartas, con toda su sabiduría de noventa años (noventa años de conocer las pequeñas ambiciones humanas), dijo a algunas muchachas que su porvenir estaba en el cine. Y las muchachas salieron despedidas a caer en la red de engaños que les tendían la Colombiana Films, empresa destinada a pescar chicas incautas.

      Y se culpa ¡habráse visto injusticia!— a Mariana Madiedo, dizque porque ellas las incitó a iniciar esa nueva carrera. 


    Habría que pedir y esperar que los señores de la justicia tengan un poco de comprensión. ¿Por qué habría de engañar Mariana Madiedo a sus consultantes? No hay razón justificativa: para ella ha pasado ya toda la vida. Una larga vida de ilusiones que se trenzaron y que al volver sobre sí mismas pararon en desilusiones. Ha sabido tantas pequeñas tragedias que parecían dramas horribles, y tantos tremendos dramas que las gentes superficiales asimilaban a pequeñas tragedias. Sobre un naipe brujo se han ido formando ilusiones, aspiraciones, deseos de algo mejor. Y, por sus palabras muchos han resuelto emprender un negocio que siempre les salió bien, porque tenían fe, y muchas niñas tontas han resuelto no casarse mal. Pero ahora...


  Ahora ella ha dicho que el porvenir de muchas chicas está en el cine. Y ¿esto es complicidad?  De ningún modo; para sospecharlo —únicamente para sospecharlo— sería necesario que ella hubiese dicho "su porvenir está en las pantallas de la Colombia Films, que hasta el momento no pasa de ser un mito". Pero nadie podría negar que el provenir de muchas chicas de hoy debe estar en el cine, solamente que no pueden llegar a él. 


    Además, les ha hablado de otras cosas: de esas cosas que las muchachas oyen emocionadas, mirando a los lejos, como el porvenir fuese un campo de esperanzas rosadas. "Hay un rubio que se interesa por usted... Hay un moreno que la ama... La espera una herencia... Le harán un lindo regalo... Usted va ser admirada...". 

    
     Las niñas  han pagado todo esto, todo esto que es una carga de pensamientos suaves, con unos pocos centavos. Luego se fueron para la Colombia Films a caer en una red. Posible: pero sin duda que Mariana Madiedo también lo dijo: "Alguien desea hacerte mal... No tenga confianza en muchos que se dicen a sus amigos... Aquí hay varias espadas seguidas que indican lágrimas... Huya de las lágrimas porque envejecen...".

    Todo esto no lo decía ella, en última instancia. Lo leía en las cartas del naipe que bajo sus manos expertas iban pasando, adquiriendo una colocación sugestiva, un poco extraña, que dejaba allí clavadas las pupilas brillantes de las muchachas, en una larga, en una inquieta interrogación. 


     ¿Alguien sabe lo que ha hecho este naipe de Mariana Madiedo a través de sus noventa años? Para ella que, según cuentan leyendas, fue muy linda, la juventud se escapó. Poco a poco a través de sus dedos ajados se fueron los años, con los que ella también soñaba y ella también consultaba su naipe. Cuando la conocimos ocupaba una casita propia, que había comprado centavo a centavo, allá hacia el barrio de Santa Bárbara. Sonreía con bondad. Hubiera querido que el naipe no tuviera espadas y de tenerlas no hiriesen el alma de las gentes. Denunciaba a los autores de los robos; indicaba precisamente a aquellos de quienes era necesario desconfiar. Y al final sonreía, con una sonrisa que valía más para su gestionar que las cartas de su naipe. 


    Ayer la detuvieron y la llevaron con sus noventa años a un calabozo. Afortunadamente allí estaba el juez doctor Blanco Gutiérrez, que se tomó el trabajo de enterarse un poco de lo que sucedía. Y la volvió a su casa, dándosela por cárcel, al lado de su naipe, que  habré de decirla si va a salir bien o mal de este aprieto. 


    Este juez merece que lo asciendan; merece el aprecio de la ciudadanía. Hay algo absurdo, cruel, de una rudeza incompresible en esos calabozos a los que se llevan los ciudadanos mientras se sabe si han faltado o no. Nuestra ley, que peca de exceso de indulgencia hacia los unos, hacia los que han delinquido, se las arreglan para mostrar la peor intransigencia cuando sólo hay una sospecha.  


     Nadie tiene el derecho de alegar nada: en realidad lo mejor es no hablar. El policía, que siempre llega tarde, siempre también tiene razón. Alega y de pronto levanta violentamente su bolillo, sintiéndose el amo del patio, para golpear. ¡Ah! De allí los calabozos helados, en su frío cemento, y si alguien grita, al instante le echan sobre los pies un chorro de agua la más fría imaginable. A los pocos instantes todos "carraquean" y nadie habla: hay que esperar diez, doce, veinticuatro horas para explicar, para poder ser oído. 


    Varias veces los he visitado; siempre pensando en que a esto no hay derecho. Y allí, sin mirar sus noventa años de tejer ilusiones para los demás sobre la tela quebrada de sus propias desilusiones, encerraron ayer a Mariana Madiedo, que es la pitonisa por tradición, por esencia y por simpatía de Bogotá. 


     Pero una pitonisa ¡Vamos!... Sí, es cierto: ¿Y no se sentirían incómodos los conspicuos guardianes del orden si ella, dejando su bondad compresiva, les lanzase una maldición gitana? Esto también habría que averiguarlo. 




Octubre 30 de 1943. 


Escrito por Emilia Pardo Umaña.





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