La casa de Gaitán, el silencio inquietante




Fachada de la Casa familiar de Jorge Eliecer Gaitán. Tomada por Estefania Almonacid Velosa. 2016.



    Recorrer la casa de Jorge Eliécer Gaitán es encontrarse con la intimidad de los fantasmas de días de ternura, fortaleza y derrota. Es traspasar la mezquindad del olvido y convertirse en vértice de un recuerdo familiar, trastocado por un espíritu libre y sabio que pudo conmover a muchas personas. Él aún parece sentado en su escritorio, concentrado, luego mirando por la ventana, merodeando el pasillo, entretenido jugando con su hija Gloria en la habitación rosa, volver al estudio a recibir llamadas y después bajar al comedor a almorzar junto a su esposa Amparo, un buen plato de ajiaco. 

     Por eso la casa que por años ha estado deshabitada no huele a polvo, es de un olor que se ha ido desvaneciendo, pero que se niega a desaparecer… Es un aroma a hogar y a familia reunida. Aún los platos están dispuestos en la mesa para ese almuerzo del 9 de abril de 1948; el minutero quedó quieto y cada objeto en el mismo instante que lo mataron a Él, al padre, al amigo, al esposo, al sabio, al caudillo Gaitán. Pero no duele estar en ese lugar, al contrario, estar en la casa blanca, ubicada calle 42 número 15 – 52, en el Barrio Santa Teresita de Bogotá, es visitar un pasado generoso que insiste y conmueve.


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Comedor de la casa. Tomada por Estefania Almonacid Velosa. 2016.


     Hay que traspasar rejas para poder limpiarse los zapatos y entrar. Una señorita morena de pelo ensortijado de la Universidad Nacional recibe al grupo de personas que quieren conocer la casa. Primero conocemos el comedor de exquisita vajilla, porcelanas y flores que desde el 48 dejaron de lucir flores. Después la biblioteca, un cuartico frío y distante relleno de libros intocables. Después todos alzamos la mirada en la gran puerta que decora un muro… “Es la puerta donde mataron a Gaitán, justo cuando estaba saliendo de su oficina ubicada en la carrera séptima”, afirmó la guía. Asombrados, el ojo de la cámara inquieta la serenidad y al cerrar los párpados tienta una imagen de caída. Sí, es el lugar de la casa que nos muestra una puerta en la que estamos absolutos de no abrirla. Fue mejor subir las escaleras y alejarnos de esa puerta, maldita puerta, esa puerta…


Puerta donde mataron a Gaitán. Tomada por Estefania Almonacid. 2016.



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    En el segundo piso existe una vitrina donde está el retrato de la mamá de Gaitán, Manuela Ayala, de su hermosa esposa Amparo Jaramillo y de su hijita Gloria Gaitán. También está el cuarto de estudio y ahí mismo hay un pequeño lugar donde hay una cama estrecha y los zapatos de Él. “Aquí era donde el político descansaba en sus largas noches de desvelos, no iba a su habitación a dormir para no molestar a su esposa”, dijo la joven que señaló cada objeto como si fuera suyo. El cuarto es iluminado y amplio, aún guarda la esperanza de que la máquina de escribir, los papeles y los pasos suenen en la oscuridad.


Cuarto de estudio y de trabajo de Gaitán. Tomada por Estefania Almonacid Velosa. 2016.


Biblioteca de cuentos del cuarto de la pequeña Gloria. Tomada por Estefania Almonacid Velosa. 2016.


    Conocimos la habitación de la pequeña Gloria. Una casa de muñecas, cuentos y fotografías, pintada de rosa pálido que se vuelve eterno por la luz que se filtra por el tupido velo. El cuarto comunica con la habitación de Jorge Eliécer y Amparo, la componen un tocador donde Él peinaba el cabello oscuro de Ella, también la cama donde se amaron y un armario a la medida de abrigos y vestidos de fiesta. Caminar despacio, mirarse en el espejo, rondar, sentir el encanto que por momentos se envuelve en polvo escarlata y se sopla y se olvida.


Cuarto de Gaitán y Amparo. Tomada por Estefania Almonacid Velosa. 2016. 


     Los que visitamos el baño nos enteramos que Gaitán le gustaba levantarse temprano para ir a trotar en el Parque Nacional y que también tenía una máquina que hacía vibrar su panza para hacerla adelgazar.  “Nuestro caudillo era muy vanidoso”, comentó a carcajadas uno de los visitantes. Hizo falta horas y días para seguir habitándola, conocerla en su armonía de estados y direcciones, pues la guía dijo que se estaba agotando el tiempo y que lo mejor era conocer la tumba. Esas palabras parecieron una plaga de angustia porque los visitantes iban de un lugar a otro tomando fotografías, inquietos, queriéndolo todo.


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     Hasta que la casa quedó sola pude estar en medio de la sala respirando la epifanía de escuchar un vals en el tocadiscos y danzar junto a esos recuerdos. Fue como tomar un puñado de esencias para embadurnarse toda la ropa, traspasar la puerta, sentirse afuera y volver el rostro para retratar con la mirada todo eso. El sol calentaba la humedad de la lápida que está en el jardín de rosas blancas y rojas, rojísimas como el candor de Él, a Él que lo enterraron de pie, firme, para continuar quizás a otro mundo de la medida de su sabiduría, en este mundo no, demasiado soberbio y tirano para Gaitán.


Sala de la casa. Tomada por Estefania Almonacid Velosa.

Tumba de Jorge Eliécer Gaitán. Tomada por Estefania Almonacid Velosa.  2016.


      No quedó más que la intensión de grabarle un beso como si fuera la tumba de Óscar Wilde, marcharse, caminar hacia la reja y estar fuera. Entonces miré la casa desde la esquina, la vi tan sola pero tan altiva que me llenó de orgullo, fue así como por fin logré doblar la calle y desaparecer del todo...



Escrito por Estefania Almonacid Velosa

9 de abril de 2017


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