Pisar el páramo más hermoso del mundo


Páramo de Ocetá-Monguí- Boyacá. Tomada por Estefania Almonacid Velosa.  


A una altura de casi 4.000 metros sobre el nivel del mar se encuentra el páramo de Ocetá, ubicado en el municipio de Monguí en el departamento de Boyacá. Un lugar de belleza impresionante y considerado el más bello del mundo, según organizaciones ecologista, expertos y caminantes.


1. 

    Desde que era una niña hasta entonces mis ojos sienten felicidad al ver a King Kong, el gigantesco gorila de la selva que fue a parar a un rascacielos de New York (Estados Unidos) con una mujer atrapada en la mano. Pero lo que más recuerdo es la escena de la película cuando los exploradores caminaban por la inmensidad de montañas y rocas, entre la bruma y el eco de la naturaleza en la búsqueda de un mito. Nunca imaginé que estando el Páramo de Ocetá iba a trasladarme a un paisaje idéntico al grito del gorila enamorado. ¡Increíble!


Uno de los lugares más asombrosos del páramo. Tomada por Estefania Almonacid.



2. 

    Antes de subir al páramo se realizó una parada al parque principal de Monguí. El sol tenía los ojos abiertos, la música sonaba en pleno fulgor por la verbena que se realizaría en la noche; las tiendas, fábricas y el Museo del Balón tenían las puertas bien abiertas para exhibir los balones más auténticos del país. También se veían artesanos y las panaderías expresaban un aroma a café y empanada. Todo lucía despierto porque las casas en Monguí son blancas, con flores en las ventanas y las calles empedradas dan la sensación de seguir recorriendo las esquinas, una y otra vez. 


3. 

    Un hombre con rostro sonriente y habitante del pueblo fue quien nos guió por el páramo. Hacía bastante calor y la caminata sería de 6 horas o más, al decir eso y señalar el camino por donde se llegaría algo se aceleró, pudo ser las ansias de subir o el cansancio mental de solo imaginar la travesía. Antes de empezar el sendero dos hombres y dos mujeres jóvenes, con todo el equipo para acampar y escalar, se preparaban para subir el páramo. A solo 10 minutos salimos detrás de ellos con el ánimo de alcanzarlos. 


Los cuatro caminantes y el guía. Tomada por Estefania Almonacid.


4.

     El camino se ajustó perfectamente a los pies, las piernas tomaron el rumbo por su cuenta y un corazón acelerado estuvo ansioso de encontrar algo. Pasamos por el lado de los cuatro caminantes, de dos extranjeros y su guía, también de grupos familiares que bajaban del páramo. A cada paso el pecho estaba más cansado, pero a medida que el aliento se resistía algo logró que llegáramos casi corriendo. Al conquistar la cúspide de una montaña todo se convirtió alrededor en papeles blancos. Era la bienvenida del primer asombro: 'La roca de los sacrificios', profundidad dura, perfil que se asemejaba a las estatuas Moái de Pascua (Chile). La maravilla de estar en ese lugar se metió en la boca como un eco que retumba el interior. 


La piedra del sacrificio en el páramo de Ocetá. Tomada por Estefania Almonacid.



5. 

    Caminamos por  cuevas, murmullos, enfoques de luz, humedad, vientos, frailejones, espejos de agua y lagunas que parecían el vientre infinito. Además hubo tanta ilusión en ascender una montaña y ver desde su corona la misteriosa laguna Negra del páramo, pero a medida que las vibraciones del andar aumentaron todo se nubló completamente, la lluvia empezó a caer y el frío fue bastante irreverente. Esperamos a que se dejara ver pero fue en vano. Todo temblaba, el azúcar del bocadillo nos dio energías, llevábamos más de tres horas caminando y aun faltaban más asombros por delante.    


Dentro de la cueva situada en el páramo. Tomada por Estefania Almonacid 


6. 

     Como si nunca se pretendiera volver.... Todo estaba lejos estando en Ocetá, una distancia intemporal, lejos de uno mismo, tan solo el vacío de la sábana de frío. La caminata intensa y difícil hizo más impresionante el paisaje, porque estuvimos en un lugar que se le llama 'Las torres gemelas', debido a que hay dos rocas alargadas e imponentes como el vuelo del águila que pasó sobre nosotros. Tan certero e inquietante, tranquilo y salvaje, cada calamidad en la aberturas de la luz, todo danzando y al mismo tiempo jugando a los congelados, y uno tan pálido, tan pequeño, tratando de respirar y retener todo en la memoria.  


Las torres gemelas del páramo de Ocetá. Tomada por Estefania Almonacid.


7. 

    Luego llegamos a 'La ciudad perdida', peña compuesta de vegetación y rocas, que parecían mujeres y hombres durmiendo. Personas de carne y hueso frente a las de piedra, el gesto del misterio y el regreso en espiral. Pero no todo fue neblina y lluvia, el sol también nos acompañó; se despidió frente a la cascada, a contraluz nos calentó el pecho agitado. Allí merodeamos, el olor de mandarina perfumó el aliento y el dolor de rodillas.... Por fin desaparecería lo inerte. 


La ciudad perdida del páramo. Tomada por Estefaia Almonacid Velosa. 


Puesta de sol desde el páramo. Tomada por Estefania Almonacid Velosa. 


Cascada del páramo de Ocetá. Tomada por Estefania Almonacid Velosa. 
8. 

     De nuevo llegamos a Monguí  cuando estaba a punto de morir el día. A pesar de las seis horas de caminata  hubo alientos para recorrer el pueblo de noche que reunía a muchas familias por las calles encendidas y el candor del festejo musical. Nos reunimos en el café del Indio Rómulo a tomar canelazo y allí sentados recordamos todo lo que vivimos en ese día en que tuvimos las manos muy frías pero el corazón caliente, bien caliente. 


Una de las iglesias de Monguí- Boyacá. Tomada por Estefania Almonacid Velosa.






Escrito por: Estefania Almonacid Velosa. 

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