Pasar la tarde con ella



Santa Rosa de Viterbo- Boyacá. Tomada por: Estefania Almonacid Velosa. Enero 2017.


El segundo domingo del nuevo año llegué a Santa Rosa de Viterbo  para hacer más intenso el recuerdo. Una manada de perros merodearon el parque principal donde la imponente estatua de Rafael Reyes, ex presidente de Colombia y nacido en el pueblo, se reflejaba en los charcos. Después de la lluvia el silencio se apoderó de los jardines, el parque, las tiendas, la iglesia y las calles; el cielo cenizo protegía las casas, a lo lejos las vértebras de las montañas se asomaban con serenidad, como quien espera la hora prudente para ir a dormir. Olía a frutas y helado, aromas que jugueteaban en el vientre al igual que las piruetas de dos niños en la esquina de la tienda ‘4 esquinas’.


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Estatua de Rafael Reyes. Santa Rosa de Viterbo, Boyacá.  Tomada por Estefania Almonacid V.  Enero 2017. 

Una muchacha morena se paró a la entrada de la iglesia, miró todo lo que estaba al frente y por último levantó su mirada, luego se inquietó y sus ojos merodeaban como buscando a alguien, además, su boca provocó el mismo vacío del pueblo. Lo único que le hizo perder la concentración fue el perro altísimo, la vendedora de obleas, el vuelo de una paloma y la rebeldía del viento.

A su vez, el vacío de la iglesia la llenó un hombre que se sentó frente al altar, después de unos cuantos minutos se levantó y con lágrimas en los ojos se marchó a tomar un café en la panadería que queda situada a un lado de la iglesia. Luego volvió a salir, encaminó sus pasos por los laberintos de arbustos y cruzó el teatro municipal, casona desvencijada e inmensa.

María Hilda González debió pasar por ese teatro siendo muy niña, sin embargo, al pasar por el asfalto húmedo el tiempo pareció detenido, fue capaz de apagar el sol y encender las lámparas de la entrada del teatro. Mujeres, hombres y niños con sus mejores trajes, ella también con el vestido blanco y su silueta morena, adornada de flores en el pelo, ansiosa de ver el espectáculo. Pero desapareció la arriesgada imaginación y volvió el teatro de puertas cerradas.  

Teatro Municipal de Santa Rosa de Viterbo-Boyacá. Tomada por Alexander Haller. Enero 2017. 

-¿En ese teatro presentaban películas, cierto?- le peguntó una muchacha a una mujer mayor que no le contestó y agachó la cabeza dudosa, por eso la muchacha se apresuró a decir que seguramente también presentaban obras de teatro, los ojos le brillaron, quizás al imaginar todo lo que se vivió adentro. 

En ese instante pasó  un campesino en su bicicleta, la carretera dejaba   ver a los lejos un edificio antiguo que engalana las montañas, lugar donde funciona la Escuela de Policía Rafael Reyes. Un perro negro ladró a la entrada de la escuela, miró con ojos intensos y corrió por la pared de anuncios desvanecidos para buscar comida.


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Campesino en bicicleta. Santa Rrosa de Viterbo- Boyacá. Tomada por Estefania Almonacid V. Enero 2017. 


En otra parte el sol cayó mareado en los tejados de las casas, pero en Santa Rosa de Viterbo la neblina lo acobijó todo. Eran las seis de la tarde y en el parque una mujer de ojos verdes vendía obleas, postre de limón y arroz con leche en una carpa.

¡Está haciendo un calor! pronunció la señora irónicamente mientras servía los postres a sus clientes.

Esa tarde tuvo el sabor del arroz con leche y en cada cucharada la leche se derramó por todo el cielo, las paredes y el suelo, hasta invadir el recuerdo de una vasija de plástico que contenía harina, esencia de caramelo, azúcar y huevos. Todos estos ingredientes empalagaban las manos de Hilda, manos morenas, despiertas, esas que preparaban manjares y que yo las acariciaba con ternura, tratando de descifrar los caminos dispuestos de sus intuiciones de niña en este pueblo, así como los senderos que la condujeron a Bogotá y  a convertirse en la madre de mi padre.

Alguna vez un profesor de la universidad me dijo: “Uno debe enterrar a sus fantasmas para no tener que cargar con ellos en la espalda y doler, doler más de lo que uno pude resistir”. Ahora cargo con el fantasma de Hilda por todas partes, no es doloroso, me contraigo de felicidad al tenerla tan presente, bella y latente. Por eso pisé Santa Rosa de Viterbo con el gesto de un bolero, tan parecido a la de la abuela, para perseguirla por todos sus indicios, para remediar con mi respiración sus fracasos, para que el recuerdo me haga mirar a la cúspide y todo me sepa a pan de azúcar.


Escrito por Estefania Almonacid Velosa




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