El antihéroe de San Silvestre


Álvaro fue una de las figuras del deporte colombiano en los 60 y 70. Deportista del año en 1965 y 1966, por sus triunfos en San Silvestre . Tomado de Colarte.com



    Ustedes han oído hablar de mí, pero muy pocos saben quién soy. Para empezar diré que soy un hombre mediocre. Ésa es la verdad. No soy el deportista número uno de Colombia, hay otros mejores que yo. Piensen en Cochise, por ejemplo, él es mejor. 

    No tengo la culpa de que los periódicos hayan hecho de mí un mito. Nunca he querido dejar de ser cualquiera. No soy un predestinado. Claro que fui campeón de San Silvestre, eso nadie lo puede negar, como nadie negaría que es un hijo de su mamá. 

    Pero ese triunfo no lo conquisté por ser un predestinado, ni gracias a los dioses, sino a mis piernas, a un entrenamiento tenaz. Lo demás son cuentos. 

   En atletismo no hay milagros. Hay esfuerzo y sacrificio, y ganará el que más pueda correr dentro de las condiciones físicas y técnicas más eficaces. 

   No creo que la estrella de la buena suerte decida por uno. Personalmente tengo la estrella más negra que puede alumbrar sobre el destino de un hombre. Nunca me fío de las estrellas. 

   En la vida y en el deporte no le debo nada a los santos ni a los milagros. No soy supersticioso. Todo lo que soy se lo debo a mi esfuerzo. 

   Nadie gana una carrera por azar, sino por razones físicas invencibles. 

   No niego que la voluntad ayuda al triunfo, pero no da el triunfo. 

   Y nadie que yo sepa ha ganado una carrera por voluntad, o por amor a la gloria. 

   Como no tengo interés en que piensen que soy un hombre superior, confieso que no esperaba ganar la Maratón de San Silvestre. Pero la gané porque estaba mejor preparado que los otros. 

Aquí vemos al atleta Álvaro Mejía
en una carrera en México. (1968).

   Es una hazaña que se pueda repetir, o no. Pero no estoy obligado moral o físicamente a repetirla. No se hagan ilusiones. 

   En lo que de mí dependa, prometo que haré todo lo posible por ser mejor cada día. No por darles gusto a ustedes, sino porque es un deber ante mí mismo. Mi superación es asunto que me concierne exclusivamente. 

   Detesto que la fama haga de mí un semidiós, un mito invencible. Óigase bien: no estoy dispuesto a dejarme tiranizar por el mito del papel. 

   No exijan lo que un hombre no puede dar, eso es inhumano. 
  
    Lo humano sería que ustedes comprendieran que yo siempre haré lo posible por ofrecer lo mejor de mí, sin que ustedes se sientan traicionados, y sin que yo me sienta miserable. 

   No olviden que un atleta nunca corre solo, que los otros también existen y luchan terriblemente por ser los mejores, a veces con mejores estímulos que uno, que corre por amor, por idealismo. 

    Si yo corriera solo, pues sería el campeón absoluto mí mismo, pero eso no tendría gracia. Uno se enfrenta a los competidores para vencerlos o ser vencido, es un juego limpio, y cada atleta corre soñando en la gloria. 

    Pero la gloria como la manzana es un fruto femenino, y no siempre se da cuando uno quiere, sino cuando ella quiere. 

    Y otra cosa: no se entrega al que más la desea, sino al que la conquista. 

     Claro que estoy orgulloso, infinitamente orgulloso de mi triunfo en Sao Paulo, y en lo más hondo del corazón se lo dediqué a Colombia. Pero no estoy convencido de poderlo repetir, pues por cada competidor hay una posibilidad menos de triunfo, y para ganar haya que vencer a cada uno y a todos. 

    Así es el deporte, así es la vida. Pelé es el Rey del Fútbol, pero eso no quiere decir que lo será dentro de un año. 

     En este momento, en el extramuro de algún barrio proletario, hay un caritriste que se entrena con una pelota de trapo para ser su sucesor y ocupar el trono esmeralda de las canchas del mundo.

     Cassius Clay es un tanque, pero un día será abatido por el puño aterrador de otro tanque que pegue más duro que él. 

    En el deporte nadie tiene segura su corona, ni siquiera al otro día de habérsela ceñido. 
 El colombiano Álvaro Mejía Flores cruza
victorioso la meta de la Maratón de Boston
(1971.)

     Yo fui mejor que muchos una vez, pero no seré mejor que todos siempre. Es absurdo que me exijan eso. 

     Hay en la gloria deportiva una crueldad inexorable, pues el fin de los excampeones no se necesita gran cosa, de eso se encarga la edad, la fatiga , la decadencia. No sucede lo mismo en otros campos, digamos en la literatura, la astronomía, el psicoanálisis, ellos trabajan con la mente, en la soledad, y su experiencia los hará cada vez más sabios, más artistas. Para ellos el porvenir está en su favor, el tiempo es aliado de su gloria. 

    En cambio para un deportista el tiempo es su enemigo, su ocaso. Y lo que llaman el porvenir, ¡qué paradoja!, no es más que la rutina de su gloria. 

    Entiendan eso, por Dios: que en el deporte cuenta menos la inteligencia que la fuerza, menos la voluntad que el poder físico.

   Entonces, no estoy dispuesto a dejarme enterrar vivo por la fama. 

   No estoy dispuesto a ser una brizna de vanidad que trae y lleva la tormenta de la publicidad, para ser alabado o abatido por la furia y el fanatismo ciego de las muchedumbres. 

    Por eso me he negado sinceramente a aceptar esos homenajes epilépticos y delirantes en que me adora como a los héroes antiguos. 

   Odio eso por una razón: porque no soy un héroe. Al contrario, soy un hombre mediocre, es decir, un antihéroe. 

    Es peligroso jugar al heroísmo porque si uno falla, nadie le perdona; los fanáticos quieren cobrar el precio de su adoración "traicionada", la pidándonos y enterrándonos vivos. 

   Yo quiero ser, y seguir siendo, Álvaro Mejía, nada más. El mismo que era antes de ser campeón. El mismo de quien la gente se mofaba en las carreteras gritándole "loca" o "coja oficio". Lo prefiero mil veces a que ahora los choferes al reconocerme como "Héroe de San Silvestre", en vez de insultarme como antes, me digan "móntese, campeón".

    Si así me quieren admirar, no como un mito, sino como un deportista, me sentiré muy honrado de su admiración. Pero si no, reserven sus homenajes para otro que ame la bulla y el tumulto.  Yo me sentiré mejor en el silencio, corriendo solo entre los campos de trigo. 





Escrito por Gonzalo Arango


Tomado de 'Obra negra' Gonzálo Arango. 
Fondo Editorial Universidad EAFIT.
2016. 






Gonzalo Arango, el profeta del nadaísmo, nació en Andes, Antioquia, en el año 1931, y murió en 1976 en un accidente automovilístico. Antes de escandalizar a la parroquia fue profesor de literatura, bibliotecario y colaborador del sumplemento literario de El Colombiano. En Cali difundió, en el año 1958, el primer Manifiesto Nadaísta. Allí fundó Esquirla, suplemento literario de Relator, órgano del nadaísmo. Entre sus columnas periodísticas, teñidas por la poesía y el sarcasmo, figuran: 'Signo de escorpión', 'Bolsa de valores', en El tiempo, 'Todo y nada' en La Nueva Prensa, 'El Heraldo negro' en El Heraldo y su famosa 'Todo y nada' en la revista Cromos. 






     

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