La muerte del elefante


Tomada por Ismael Almonacid González


A Arsenio Veloza y Silvina Huertas, 
el corazón de mi memoria. 


 El abuelo Arsenio Velosa usaba una camisa blanca esqueleto, un pantalón y botas desechas por la tierra. Sonreía distraído, una toalla le cubría el cuello del frío violento de la
madrugada. Su hija Aurora salió del cuarto justo cuando la bruma se mezclaba con la humareda que salía por el techo de la casa. El patio central estaba repleto de gallinas.

         Papá eso es un jabón, no una máquina de afeitar
le gritó Aurora.

          Esta cuchilla no corta— respondió desconcertado.

Al poco tiempo Arsenio estaba listo con la ropa de trabajo, se colocó el sombrero y le gritó a su hija Senaida:

            ¡El desayuno que tengo que irme a echar azadón!

Con el cucharón de madera tomó la changua, con tres mordisco acabó con la arepa y de cuatro sorbos se tomó el chocolate. Sirvió el guarapo en un pequeño cántaro, agarró el
azadón y con la ruana arremangada se fue para el cultivo de papa.

Un derrame cerebral hizo que nunca más le volviera la soberbia, solo un golpe para olvidarse de la violencia de sus manos, solo uno para devolverle la calma que tantas veces
arremetió contra su esposa Silvina Huertas. Terminaba sus días en la quebrada, sentado en las piedras donde morían los hombres borrachos, era allí se lavaba las botas de tanto barro, tomaba guarapo y lloraba.

           Dios me dio la oportunidad para seguir trabajan— Fue lo primero que dijo cuando despertó en el hospital.

Arsenio seguía siendo valiente, por eso iba cada vez que podía a conversar con los finados sobre la desgracia del pasado. Él que se le enfrentó a la Madre Monte para que no lo encerrara en el bosque. Por eso tuvo que poner la cruz en su lengua y rezar el Padre Nuestro para que la naturaleza no se lo tragara como un castigo por ser borracho y pegarle a sus esposa patadas en el estomago. 

Pudo salvarse, volver a casa y acostarse con miedo por primera vez. A Silvina ese día se le hizo extraña la mudez de Arsenio, sin embargo el dolor le ardía por el calor del fogón.


***


Tomada por Ismael Almonacid Gozález

La noche fue un presagio para estar más pronto en el cementerio junto a Silvina. Medio cuerpo se le había detenido, luego vino la bilis y el encierro en el hospital. Salió por última vez de casa para viajar a Bogotá. Los árboles golpeaban las ventanas del carro como brazos que le pedían que no se marchara o quizás le deseaban suerte porque no volvería.

Nunca olvidó, cerró los párpados eternamente con el rostro asombrado de Silvina en el instante en que encontraron el tesoro.

Frente a la casa en la vereda La Palma estaban removiendo la tierra para sembrar papa y trigo, allí sucedió el encuentro de dos vasijas de barro, de suerte Arsenio estaba solo y no tuvo que compartirlas con nadie. Siempre con orgullo mostraba a los vecinos las vasijas que llegaron hasta Tibaná para venderlas, pero que se devolvieron a Úmbita porque le daban muy poco dinero por ellas. Era sus objetos más preciados hasta que en la borrachera de todos los días las rompió; acabaron echas polvo. Esos dos pequeños tesoros fueron propicios para encontrar el tesoro mayor.

Fue en una jornada de trabajo cuando Arseinio y el compadre Tiberio estaban removiendo la tierra con el azadón. La casa familiar pudo temblar al encontrar la huaca en el fondo de la negrura, era una olla de barro gigante con morrocotas de oro que les entorpecieron los ojos, adoraron el instante en que respiraron esos pequeños soles.

No escucharon los pasos de Silvina que venía con los dos vasos y un jarro de guarapo para servirles, al llegar se miraron sorprendidos, al mismo tiempo la olla explotó haciendo que las monedas se hundieran. La explosión de las ollas causó el derrame de un líquido que untó el rostro de Silvina, duró un mes con dolor intenso.

          Las mujeres no se pueden aparecer cuando aparece una huacaDice AuroraSi una mujer ve el tesoro es avisarle a la naturaleza que están robando una parte de ella, la feminidad es la vigilante de esos hombres ansiosos de riqueza.

Ya han pasado más de cuarenta años. 

El amarillo del viaje era exacto al día del hallazgo. Arsenio quedó dormido pensando en la oportunidad de haber sido rico, muy rico, pero no sabía que adoraba más, si ver la cara de Silvina o tener esas monedas en las manos.

El 1 de noviembre de 2000 Arsenio Velosa había olvidado las monedas de oro, ahora el tesoro era Silvina y pronto se sumergiría en la tierra para besarle el rostro por tanto sufrimiento que le causó.


***
Tomada por Ismael Almonacid Gozález

He llegado a Úmbita, estoy muy cerca de la casa donde nació mamá. Bajo del camión y mi cara se llena de polvo, llevo dos maletas y una caja con vinos y galletas. La tienda sigue estando frente a la carretera, dos hombres con ruana toman cerveza y me observan. 

El sol cae sobre mi cabeza y hace más fuerte el mareo del viaje, por la garganta pasa una piedra, no tengo una botella de agua, aún estoy lejos, debo subir dos peñas para que me ladren los perros la bienvenida. Todo está tan pesado, no sé si ir por una cerveza o subir de una vez antes de que pierda el aliento.

Decido subir, alejarme de las miradas. No creo lograrlo, mis piernas tiemblan al primer paso, el camino me agarra de los tobillos para sentir la aridez, creo que no me quiere dejar ir, me pide agua y yo solo llevo un desierto dentro de mi cuerpo. 

Esquivo las piedras y las vacas braman por agua, en su lomo incendiado duerme mi mismo desaliento. La virgen de la carretera ya está lejos, el sudor de la espalda me devuelve el recuerdo de la quebrada, la oigo, está muy cerca o podrá ser la angustia del cansancio, ¡no!, lo recuerdo bien, está muy cerca, es solo bajar por un atajo y se llega a los árboles que la cubren.

He venido a la casa familiar en Boyacá para quitarle los candados a las puertas y sentarme en las camas oxidadas que aún conservan el vestuario de mi abuela Silvina Huertas y mi abuelo Arsenio Velosa. Me coloco el sombrero de él y miro el retrato de los dos, tengo el presentimiento que he heredado la tristeza de mis generaciones.

Tomada por Ismael Almonacid Gozález



Por Estefania Almonacid Velosa 
2015



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