El Descanso



El Descanso

Tomado de guadalajaraayeryhoy.blogspot.com


Por Hernando Téllez

            Al bello hotel veraniego, de tierra fría, las gentes llegan para descansar. Eses es el propósito orgullosamente declarado por cada huésped.  El sitio está hecho, con rara perfección, para que se cumpla ese deseo: en un rincón del valle, la casa grande y antigua ha sido acondicionada para los servicios del hotel; hay un parque de viejos árboles y de nuevas flores, con "senderos que se bifurcan", como le gustaría a Jorge Luis Borges; el paisaje es sobrio, la luz diáfana, el aire seco y tónico. Hay un pequeño bosque de pinos que flanquean una colina, rincones silenciosos y cómodas sillas donde el viajero puede reposar, meditar, leer, simplemente naufragar en la nada. 

       Observo a los pocos días de mi permanencia, que el hotel parece desierto. Me paseo por todos los sitios y escasamente encuentro alguien con quién cambiar un saludo. Interrogo al propietario. "El hotel está lleno de clientes", me dice. "¿Pero dónde están?", le pregunto. "Al amanecer toman desayuno e inmediatamente salen las familias enteras, en sus automóviles, o en los autobuses, para las poblaciones vecinas. A veces vuelven para almorzar, otras veces hasta la hora de la comida". De manera, pienso yo, que este parque, este bosque, la paz de estos rincones, el encanto de estos patios, la sombra de estos árboles, el esplendor de estas flores, la profunda dimensión del silencio en estos sitios, carece realmente de atractivo para las gentes que , según dicen, han venido hasta aquí para descansar. 

      Me resisto a creerlo e imagino que el propietario exagera. Pero unos días más de observación confirman lo dicho por él: aquí nadie viene a descansar. Las gentes se organizan para activos y constantes desplazamientos por la comarca. El parque está solo, las sillas permanecen vacías, en el bosquecillo no resuena un voz, nadie se pasea por los patios ni por los jardines. Y esto es, sin embargo, un lugar de privilegio para distender el alma y el cuerpo. Pero, ¿quién quiere, quién desea radical y hondamente esa calisténica física y espiritual? ¿Quién desea sumergirse, por unos horas, por unos días, en el pequeño mar interior de sí mismo? ¿Quién desea descansar, si el descanso es una posibilidad cierta de encontrarse cara a cara consigo mismo, con el propio personaje?

                La tesis parece oscuramente reaccionaria. Y lo es, juzgada desde el otro lado del espejo, como diría Alicia, la del País de las Hadas, quiero decir juzgada por un progresista que creyera, como cree todo progresista, en la eficacia de cualquier fórmula abstracta. Por ejemplo: el descanso es un derecho. No, no es un derecho. Es una detestable obligación, inventada por el sistema, por los sistemas. El ser humano no es sino por excepción capaz de sobrellevarse a sí mismo, de enfrentarse con sus fantasmas, de resistir, impávido, la carga de tedio que lleva secretamente en las cavernas interiores, dispuestas a estallar si las circunstancias son propicias. Facilitar esas circunstancias, es lo que se propone inconscientemente todo sistema que acepta la teológica fórmula de que el trabajo es una maldición, y el descanso una sustitución laica del paraíso perdido con el pecado original. 

             Pero basta el experimento parcial de de ese paraíso, para que el más lerdo perciba el fraude de la fórmula. Basta visitar una playa de moda, una estación de reposo, una colonia de vacaciones, un hotel como el que he descrito, o entrar en comunicación con esas vidas de millonarios retirados de los negocios, para caer de bruces en la fórmula contraria: el descanso es la verdadera maldición, el verdadero pecado original. Condenada la criatura humana a descansar, es decir, a batallar con su tedio y con su persona, no sigue sino la más oscura y bélica perspectiva en las relaciones humanas. Gracias a que el hombre no puede y no quiere descansar, la civilización ----cualesquiera que ella sea--- no parece definitivamente envuelta en el asesinato colectivo. Una ciudad moderna, con los hombres vacantes, descansados y libres para hacer de su tiempo lo que quieran, sería un siniestro escenario de horrores. Gracias al cansancio, al trabajo, a la lucha vital por el pan y el dinero, por el poder o la simple supervivencia, la amenazante criatura que puebla esta corteza, se distrae de su insignificancia esencial, y pueda evitar así la que sería catastrófica confrontación diaria con su destino. 


                      No. Está bien, sumamente bien, que el bello hotel de mis predilecciones, parezca desierto, y que, hecho como está para descansar, para soñar, para entrar al nirvana, no sea, para quienes a él llegan en busca de una fementida y no deseada tranquilidad, un punto de llegada sino de partida. Una segura base para cambiar de angustias y engañar el tedio. 


Tomado de Confesión de parte, Bogotá, 1957

            

                
 
papelycigarrillo.blogspot.com
 Hernando Téllez, lúcido intelectual y exquisito prosista, nació en Bogotá en 1908 y murió en 1966. A los trece años empezó a trabajar en el semanario Mundo al día, y pasó luego a la revista Universidad de Germán Arciniegas, epicentro del movimiento de los Nuevos. En 1929 inició su columna "Espejo de los días" en El Tiempo. Fue comentarista de El liberal, y trasegó de la literatura al periodismo y  a la política. Escribió una anotaciones fugaces con el título de "Márgenes", que inició en la revista Semana y continuó en Mito, de contenido literario.




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