Recordando a los 14 cañonazos bailables...



CARNE DE CAÑÓN





Por Heriberto Fiorillo

       La carátula de un disco suele ser esa ventana de color estática y tantas veces antiestética en la que una muchachita vende música con sus carnes. A esta definición llega uno, observador bien prevenido, mirando las cubiertas de estos discos llenos de ritmos populares, que los bailadores de nuestro país han convertido en éxito de venta cada año. Podría también añadirse aquí, guasonamente, que esta es una de las pocas justificaciones que tienen algunos maridos colombianos para aparecerse en casa con la foto de una mujer semidesnuda y no enfurecer sino alegrar en consecuencia a la propia. 

      
        El despe o empelote cuando Antonio Fuentes ---quien había fundado 47 años atrás su casa disquera en Cartagena--- tuvo la ocurrencia de recolectar en un solo volumen todas las piezas de éxito que su empresa había producido ese año. Con el precedente glorioso de un larga duración que recogió los mejores porros y cumbias de todos los tiempos, el novedoso paquete de su invención tendría que resultar explosivo, así que por amor a su Cartagena heroica resolvió bautizarlo 14 Cañonazos. 

       
        Y de verdad que causaron impacto. Tanto, que Fuentes se vio obligado a seguirlos disparando cada seis meses. Algunos conjuntos de aquella época: Pedro Laza y sus Pelayeros, Guillermo Buitrago, José María Peñaranda, Clímaco Sarmiento y la Sonora Cordobesa. Me consta que los zapatos solos empezaban a hacer tap-tap al escucharse el ritmo de los anteriores. 

         Entonces las carátulas eran obvias, nada metafóricas o es que la metáfora estaba ya dada por el título. Recuerdo la de una mujer y un hombre, con atuendos guerreros, tapando sus oídos mientras disparan un cañonazo al otro lado de la mural. Completa o recortada, esta misma foto continuó utilizándose durante varios números. Lo que cambiaba en esencia era lo que esos discos llevaban por dentro. 

           
          El volumen siete marcó el cambio más drástico en la presentación de los cañonazos bailables. El hombre y el cañón desaparecieron para dar lugar y tema a una mujercita en bikini que levanta incómoda su pierna mientras sus manos la sostienen colgando de la parte superior de un faro. La respuesta del público se reflejó en las cifras de venta. Para unos quedaba demostrado que más que los cañones de hierro montados en cubierta, lo fundamental era la pólvora musical de las canciones que llevaba el acetato, adentro. Para otros, mujer desnuda derrota a hombre con cañón.


          El último cañón que ocupó Cartulina Fuentes salió dibujado en el número ocho, junto a una muchachita oriental, acostada, sugerida en cueros, sobre el heno. Con ciertos intervalos de alegres jovencitas pero hasta los pies vestidas, el desfile anual de cañonazos ha sido la tómbola en portada de modelitos con mucha ansiedad y pocos trapos. Una excepción contada, la ex reina del carnaval, Margarita Rosa Donado, que mira altiva y vestida desde el fondo negro de su rectángulo; y para enriquecer el anecdotario, la demanda que alguna soberana de Medellín le pusiera al fotógrafo Daniels al descubrir que sus curvas encendían ese año la mecha popular de sus cañonazos. 

        La mayoría de las cubiertas no dan crédito a la modelo ni a su capturador gráfico. Que algunas las tomó el capitán Molina, muerto el año pasado en un accidente de avión en Tampa dicen. Que las demás pueden salir del maletín de un fotógrafo nacional o extrajero, tomadas aquí o en cualquier parte. Siempre y cuando se la foto de un lindo cuerpo. Y a veces, ni es, sino un cuerpo bueno, entrando en carne, sugerente y voluptuoso que ayude a vender títulos tan dotonantes como El enterrador, La señorita, Pajarito platanero, La burrita de Eliseo, El pajonal o La danza de la tanga. 

         En primer plano un bikini con una ramita adentro. Tras una sombrilla china, la modelo espatarrada luce una toalla en la cabeza. Solo una tanga sin nalgas. Una rubia en éxtasis sobre el lomo de una tumbadora. Otra que no puede, pobre, acomodarse encima de la superficie de un sofá. Rubias, rubias todas, rubias cenizas como la Marlene Hoffman (homónima de la artista) que decora tres portadas de los cañonazos, viringa en el volumen veinte, adornada apenas ligeramente con una cadena de oro alrededor del cuello. 

       Por razones tan obvias, le han salido imitadores a Fuentes. En esos tiempos de fin de año invaden las vitrinas de los almacenes de discos numerosos ejemplares que recogen las canciones de mayor éxito según cada casa productor. Y la hembrita -carne suele estar en la puertita de cada disco. "La competencia es saludable", comenta ahora Gabriel Pulido, de Discos Fuentes. "La mujercita en portada es un gancho, así no tenga nada que ver con la música. También gracias a ellas se venden unos 400 mil discos al año".

          Se venden tanto que, de los números viejos, ni en la propia empresa tienen un archivo. Y el desfile de intérpretes ha sido tan largo como diverso. Estuvieron los Teen-Agers, Los Ocho de Colombia, Los Black Stars, Los Hispanos y todo esos golden boys que un profano confunden con Los Graduados.  Esto nos sirven para recordar, de paso, que el cantante más reproducido en Cañonazos ha sido Rodolfo Aycardi, que tres canciones han resultado repetidas, en versiones distintas, a lo ancho de 321 Cañonazos Fuentes, que alguna vez fueron trece piezas y no catorce, pero con mosaico que es más largo y que con el tiempo y por esas vueltas comerciales de la vida la rumba de este sello heroico se cachaquizó y disminuyeron los intérpretes costeños de sus discos y como manda el mercado y los disc-jockeys lo que ahora escuchamos es puro "ruqui-ruqui" del interior, aunque todavía en sus carátulas, modelos semidesnudas coman patilla  bajo el extenuante sol de nuestras playas. 




Tomado del libro 
Nada es mentira
Crónicas y otros textos
Heriberto Fiorillo

          

          


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