Klim en pantuflas...



Klim en pantuflas 





Por Elvira Mendoza



---¿Qué defectos cree tener del boyacense?

---Que soy incapaz de decir no.

     La afirmación la hace un hombre alto, que se parece un poco a los retratos del Greco. Un rostro delgado, una chivera bien cuidada, unos ojos grandes que miran condescendientemente. Porque ese hombre, "que no sabe decir no", es Klim, el famoso humorista. Y porque no sabe decir "No" aceptó que lo entrevistáramos. Después (muy en boyacense) empezó a dar explicaciones, a postergar la fecha de nuestra cita, a tratar de que fuéramos nosotros quienes dijéramos "No".

      A las seis de la tarde llegamos a un lujoso edificio. En un quinto piso silencioso aparece el apartamento de Klim. O mejor, de Lucas Caballero Calderón. En el salón, muebles cómodos en verde, una repisa llena de porcelanas, un gran ventanal por donde se asoma el Paruqe de la Independencia con su paisaje siempre verde. Todo habla de sobriedad, de buen gusto, de distinción, de orden. Nadie diría que aquel apartamento pertenece a un hombre que vive solo, que tiene fama de bohemio y que su "modus vivendi" es el periodismo. Esta es la primera sorpresa. 

     Lucas está en bata. Se ve limpio, pulcro. La bata es su atuendo preferido.Los chistes, los informes sobre los personajes, le llegan a su apartamento. Los encuentra en el periódico, en la radio, en la televisión, en la charla de sus amigos. Así han surgido "Pototó", "Telepadre", "Minhecticor"... Así se alimenta su leída columna. Klim no sale. No va a fiestas. No recorre las calles. No va al periódico ni para cobrar. Klim es "muy casero". Y es tímido. Por lo menos así nos lo dice él y pude creérsele.  

     La timidez fue tal vez la causa de sus primeros tragos. Quería darse valor para sacar a bailar a las niñas bonitas. Cuando al fin se resolvió, las niñas no lo aceptaron. Estaba "jalao".

      Klim habla en voz baja. Despacio. Como en su columna, siempre dice una frase simpática, graciosa. Pero lo hace naturalmente, sin ánimo de ser chistoso. Nunca lo pretende. Y menos aún cuando está en reunión. Entonces, los que no lo han tratado se acercan curiosos, sonrientes, pendientes de que todo o que diga sea chistoso. El le tiene terror a esa gente. Por eso no le gustan las fiestas. No es muy sociable, pero tiene un grupo de amigos con quienes le encanta charlar. A ellos los recibe en su casa después de las tres de la tarde. A esa hora ya ha leído los periódicos, ha escrito su columna, ha almorzado. 

     Con su primer sueldo de periodista pensó hacer una fiesta, pero el dinero que recibió casi lo hace renunciar a su carrera: 70 centavos por columna. 

      Klim se levanta tarde. O, mejor, se despierta tarde: a las 10 de la mañana. Se desayuna en la cama, lle los periódicos, habla un poco por teléfono y empieza es escribir. Cuando tiene tema, sus dos índices vuelan en la máquina. Cuando no se le ocurre qué comentar, ni cómo se chistoso ("es tan difícil ser gracioso a la fuerza") lee, relee, se siente imbécil, rompe el papel y termina diciendo cosas tremendas contra alguien "para que no lo publiquen". Este último sistema era el más fácil antes del Frente Nacional. Entonces no lo "echaban al gancho". Ahora, la cosa es más difícil. El Frente Nacional exige mucha diplomacia. 

       Klim nunca ha guardado recortes. Hubo una época, recién casado, en que su esposa, "como una demostración de amor", recortaba y pegaba cuidadosamente todas sus columnas. En un trasteo echó aquel álbum a la basura. 

      Escribir rodeado de gente, con mucho ruido, no le es fácil. Prefiere estar solo. Pero como todo periodista, muchas ha tenido que hacerlo mientras se charla de distintos temas a su alrededor, la gente va y viene, se dan gritos. Cuando se veía en esas circunstancias, no se atrevía a confesar que le era difícil concentrarse, y no quería desengañar a los que le rodeaban, demorándose a pensar. Entonces, lo dice ahora sonriendo, se sentaba frente a la máquina y muy rápidamente escribía bestialidades, lo que se le pasaba por la cabeza: "Este tipo es un idiota... perro, niño, casa". El elogio siempre le llegaba: "¡Caray, qué agilidad tiene usted para escribir!".

      A la profesión de periodista entró hace 27 años y sin habérselo propuesto. Entonces, ya había comenzado a estudiar Derecho y había interrumpido la carrera porque le "aburría mucho". Fue uno de los fundadores,, en la Universidad Javeriana, de la cátedra de Ciencias Económicas. "Me quería hacer gerente, dice, pero cuando me di cuenta de que al terminar no tenía qué gerenciar, me salí". Comenzó entonces a llevar una vida poco santa. Borrascosa. "Me mandaron a Tipacoque a una especie de cura de reposo (cura de reposo para los de la casa, naturalmente), y empezó a escribir asiduamente a la familia. Eran cartas en que hablaba del alcalde de Soatá, de las costumbres del pueblo, del cura. Una de estas cartas la vio don Luis Cano y entonces le mandó proponer que hiciera una columna para "El Espectador". "Me trajeron otra vez a Bogotá (lo dice en un tono de mansedumbre como si nunca hubiera matado una mosca) y empezó a escribir. Alberto Galindo, que era el jefe de redacción resolvió firmarle Lukas, así con K. En ese tiempo, Lucas cuidaba mucho los originales. Los hacía a mano, " pasaba a limpio" y cuando salía a la calle "me ponía colorado pensando que todos habían leído mi columna".  Un mes duró esta colaboración diaria. Aún no sabía lo que iban a pagarle, pensando al fin de mes hacer una fiesta con la plata que le dieran. El dinero que recibió casi lo hizo renunciar momentáneamente a su carrera periodística: Setenta centavos por columna. 

      Así comenzó en el periodismo. Antes nunca había escrito. En el colegio ni siquiera "sacaba cinco en redacción"."Estaba acomplejado por Eduardo, mi hermano. El era el literato. Desde los tres años era el niño prodigio. El que hacía prosas el día de la madre y escribía lindo. Justamente Eduardo fue quien me consiguió el primer puesto ofiacial. Fue en la Contraloría, con el Contralor de entonces, Plinio Mnedoza Neira. Plinio me colocó en la sección de estadística. Lo único bueno para entonces era el sueldo: ochenta pesos". Lucas, la oveja negra de la familia, empezó a levantarse temprano para marcar tarjeta, y a ser un empleado estupendo. Al poco tiempo. Plinio organizó un curso de estadística, y Lucas fue escogido entre los 20 que iban a hacerse técnico en estadística. El profesor Emilio Guthar dictaba las clases. "En ese tiempo todos trabajamos muy seriamente. Le teníamos miedo al Contralor. Cada vez que lo oíamos se nos bajaba la tensión. Y él acostumbraba a dar vueltas por las oficinas con mucha frecuencia. Además había un portero, boyacense, que era la eminencia gris. Después de Plinio estaba él. En esas condiciones era muy difícil no trabajar". Año y medio permaneció en la Contraloría. El curso duró un año y él recibió su grado de "técnico en estadísticas". "Menos mal que me hice un baño cerebral y no me acuerdo de nada". Al año y medio renunció. 


Tomada de www.biografiasyvidas.com
Entonces, lo dice ahora sonriendo, se sentaba frente a la máquina y muy rápidamente escribía bestialidades, lo que se le pasaba por la cabeza: "Este tipo es un idiota... perro, niño, casa". El elogio siempre le llegaba: "¡Caray, qué agilidad tiene usted para escribir!".


     
El segundo y pultimo puesto oficial que tuvo Klim fue en el Ministerio de Obras Públicas, cuando Alfonso Araújo era Ministro. Estuvo en la sección de archivo. Tres veces renunció Lucas y tres veces no le aceptaron la renuncia. "No la aceptaban ---comenta él ahora-- por consideración a mi papá. Pero yo no podía seguir con ese sueldo de profesor de tiple, y así se lo dije a Alfonso. un empleado tan indispensable, a quien no le aceptan renuncia, debe ganar más. Fue el toque de gracia: me dejó ir".

     "El Espectador" había seguido recibiendo de vez en cuando sus colaboraciones. Se las pagaban un poco mejor: a $1.50. Después le propusieron pagárselas bien, si escribía diariamente, y aceptó. En aquella época "El Espectador" se imprimía en los talleres de "El tiempo". Un día don Fabio Restrepo le propuso que escribiera también para "El Tiempo". Nadie sabría el secreto y le pagarían bien. Sólo tenía que ponerse un seudónimo. Lucas captó encantado. En esa forma lograba mejores ingresos. Y empezó a escribir. El seudónimo surgió de un aviso de leche Klim. Por lo corto le pareció estupendo. Un mes después de estar escribiendo ---secretamente--- en los dos periódicos, lo llamó don Gabriel Cano y le dijo: "¿Te has fijado que en El Tiempo hay un tipo imitándote? ¡Pero tú eres mucho mejor!". La respuesta de Lucas fue: "Modestia aparte, ¡sí soy mejor!".

      Tres meses duró el secret. Al cabo de ese tiempo, se descubrió la verdad. Lucas tuvo que decidirse por un solo periódico porque ese fue el ultimátum que le dio don Gabriel Cano. Y se decidió por "El Tiempo" en vista del sueldo. O, mejo de lo que pagaban por columna, 

      A lo dos años de matrimonio, después del 9 de abril, nació Lucas, su único hijo:"Yo creo que fue una consecuencia del toque de queda". 

       Desde entonces han pasado muchas cosas. Lucas estuvo viviendo un año en Costa Rica, donde su padre, Lucas Caballero era Ministro Plenispotenciario para Centro américa. Allá dejó recuerdos por las fiestas que daba. Unos "Surprise-party" que casi matan a don Lucas. Muchas veces, para salir de su aburrimiento, se iba al Hotel Costa Rica a mirar a las gringas que habían llegado, y las invitaba a la Legación. Don Lucas padre se veía obligado a recibirlas y darles bar abierto.

     Antes de viajar a Costa Rica, Klim había conocido a Europa. Seis meses estuvo estudiando en Suiza. Luego paseó por España, Italia y Francia. De eso hace ya tiempo. Lucas tenía entonces quince años. Ahora, entre sus proyectos, o entre sus deseos, está el de ir nueva,ente. " A los quince años no se conoce todo y no se asimila lo que se ve".

    Seguimos charlando. Nos dispersamos en distintos temas. No sé cómo tocamos el del matrimonio. Klim, como todos los liberales (y claro, también, los conservadores) colombianos, cree que el hombre debe ser jefe supremo del hogar. El que decida todo. El amo. Subsiste, y así lo confiesa, aquella admiración por el hogar de antaño y por lo que entonces era "el señor". Secretamente aspiraba a que, al casarse, siempre oyera: "Lo que diga Lucas... Lo que decida Lucas... ¡Noo!, Lucas dijo que no". Eso deseaba secretamente aunque confesara que estaba de acuerdo con las tesis modernas de que en el matrimonio, ambos formaban una unidad. Ambos deciden como buenos amigos. Ambos se consultan. Ambos son jefes. Quizá por eso, se decepcionó un poco. Y se separaron.

     De su mujer, doña Isabel Sierra de Caballero, se enamoró casi a primera vista. La vio en el Hospital de La Hortúa, donde ella prestaba servicio de enfermera voluntaria "y me encantó la figurita". Lo dice cariñosamente. Tiernamente. Después, cuando habló con ella, se encontró con una muchacha de gran personalidad. Distinta "las fofitas" de entonces. Y lo atrajo. Sin embargo, no alcanzó a declararse. Por eso días ella viajó a Estados Unidos, y allá permaneció cuatro años. Al volver, el primer telefonazo que recibió  fue el de Lucas. A ella tampoco le era indiferente. Salieron y se casaron. Tenían las mismas cualidades y los mismos defectos. O casi los mismos. A los dos años después del 9 de abril, nació su único hijo: Lucas. "Yo creo que fue una consecuencia del toque de queda". Hoy tiene catorce años. Se parece más a padre que a la madre. Delos dos tiene la inteligencia y la gracia.

       Miramos un poco más la decoración del salón. Hay indudablemente un toque femenino en todo. Las porcelanas, las innumerables porcelanas de la de la repisa, están colocadas con paciencia, con un cuidado que es difícil encontrar en un hombre. Les preguntamos a Lucas si él ha sido el decorador, y sonríe. "Noo. Fue Isabel. Ella es mi mejor amiga".

      Así se explica el orden de este humorista, con cara de Nazareno, que vive solo, que no sale a la calle, y que ha hecho reír a todos los colombianos. Aun a los que ha tomado del pelo. 


Revista Diners. 1980. 





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