Nota ligera destacada...


EL PLOMERO

Tomada de prodradiofonicacs.blogspot.com


Por 

Alfonso Bonilla Aragón 


     No es verdad que el arte tenga mayor capacidad creadora que la vida, como lo postuló un genial y epiceno esteticista del siglo XIX. Ni Aretino, ni Rabelais, ni Boccaccio, ni el mismo Quevedo, para no nombrar sino algunos de los grandes maestros de la gran literatura picaresca, pudieron idear situación tan cómica como la que se presentó en el segundo día del año --contado en cristiano--, a una buena señora burguesa y a un discreto plomero residentes en Tel Aviv, según lo cuenta la agencia France Presse. 

     Como es bien sabido, en todo hombre duerme un electricista, un mecánico o un plomero frustrados, capaces solo de convertir en irreparables las averías que se presentan en sus casas. Fue así como en un hogar de la capital israelita el jefe, al advertir un daño en un lavado, anunció a su mujer que se dedicaría a repararlo. Requirió llaves inglesas, empaques, mangueras y demás adminículos. Mientras tanto la esposa salió a hacer una diligencia urgente.  En el ínterin, el marido descubrió una triste realidad: que como plomero no podía ganarse la vida tan fructíferamente como lo hacía como comerciante.

     El agua seguía goteando implacable. Entonces, haciendo uso del buen sentido de su raza, llamó a un profesional de la letra menuda de la hidráulica. Y él se marchó al almacén. Dice el cable que "cuando regresó la dama, encontró bajo el lavabo a un hombre profundamente enfaenado, de espaldas y en cunclillas, y que, por otra parte, se encontraba en calzoncillos ultracortos de los que sobresalía una importante parte parte  de su autonomía. Creyendo que se trataba de su marido, la esposa, alegre y confiada, posó su mano sobre el cuerpo del delito, lo que provocó en el plomero tan profundo sobresalto, que se rompió la cabeza contra el lavabo y cayó al suelo sin conocimiento.

     La señora, en quien podemos presumir un alma tan templada como la de la madre de los macabeos, no se sorprendió ni por lo uno ni por lo otro. No le produjo espanto haber puesto su mano, esa mano blanca acostumbrada a amasar la harina candeal con que prepara los panes, ácimos, en un  "cuerpo del delito" distinto al que le pertenecía con exclusividad desde el punto y momento en que el rabino le entregó a su novio por esposo. Ni tampoco que el plomero se hubiera sorprendido hasta los límites del descalabro y el desmayo, por haberse visto sorpresivamente acariciado por una mujer que no era su Sara. Simplemente llamó a una ambulancia y mientras tanto aplicó compresas de agua helada en la herida de su víctima, tal como le habían enseñado en la escuela de enfermería, dado que ella, como todas las mujeres de Israel, tienen bien sabido que "milicia es la vida sobre la tierra", sobre todo cuando se es ciudadana de un Estadio al que crean enemigos insomnes.

    Los mozos de la ambulancia portaron al herido en una camilla. La señora, "recobrando su buen humor habitual", se puso a contarles la divertida historia que acababa de ocurrirle. El cuento les hizo tanta gracia que, entre carcajada y carcajada, la camilla empezó a moverse de una manera inquietante, hasta que el desventurado plomero, que empezaba a recobrar el conocimiento, se cayó escaleras abajo y se rompió una pierna. 

    Agrega la France Presse que el honesto, escandalizado y descalabrado artesano se ha presentado ante los tribunales en demanda del pago de prejuicios. Y aunque no se conocen lo que los curiales llaman hechos o fundamentos del libelo, es fácil presumir tres: primero, la inesperada caricia que se le obligó a "padecer", sobre algo de su anatomía que es propiedad exclusiva de su Sara.

    Segundo, la ruptura del crisma originada por el consiguiente descalabro. 

   Tercero, la fractura de la tibia a causa del culposo descuido de los camilleros y de la señora que los distrajo de su tarea con su picante historia...

     Y así queda planteado un problema para los estudiantes de derecho: ¿Tiene razón el plomero? ¿O simplemente estamos ante uno de esos hechos de la vida que suelen suceder cuando la dueña de casa es mujer de iniciativas y fácilmente excitable ante el espectáculo del marido en calzoncillos más breves que el más sumario bikini?


Tomado de Bitácora, Bogotá, Presidencia, 1984.


Alfonso Bonilla Aragón, caleño,  nació en 1917. Con formación de abogado, desempeñó varios cargos políticos y diplomáticos. Simultáneamente ejerció el periodismo y colaboró en El Tiempo, Relator, Occidente, El País, El Pueblo. Se hizo popular por sus columnas "Bitácora" y "Birlibirloque". Fue un ilustrado cronista de la provincia colombiana desde donde también ejerció como defensor de sus libertades. Debido a la censura renunció al periódico Relator en 1960.


       

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