El destacado de la semana....



EL AMOR ES COMO UN DOLOR DE MUELAS 
Te despedí - Christian Krogh (1852-1925)
Por Luis Tejada

El amor es una enfermedad de hígado tan contagiosa como el suicidio, que es una de sus complicaciones mortales. Sin embargo, ambas han sido convenientemente dignificadas, elevadas a una categoría sentimental, acaso por la imposibilidad de la ciencia para elaborar una terapéutica apropiada. La languidez, la suspirante actitud de las doncellas medievales que derraman su palidez por una ventana con la misma seriedad con que una lavandera derrama un balde de agua, no era sino el resultado lógico de una alimentación pasada de proteínas.

The studio- Edouard Vuillard- 1912
Pero lo más peligroso de la enfermedad amorosa es lo que ella tiene de teatral. No sólo en su esencia, sino en sus elementos accidentales. Tan pronto como se presentan los primeros síntomas, el paciente se vuelve impaciente, elabora argumentos, monta su aparataje escenográfico  con el más complicado sistema de bambalinas suspirantes, de consuetas literarios, de telones decorados a brochazos de lírica timidez; y empapela las paredes de su pensamiento con  cartelones aparatosos que anuncian una conmovedora obra ceñida a los cánones de un auténtico dramatismo de escuela, para después, a la hora de la función, salir con una pantomima.  De allí que las más grandes obras de literatura universal, no tengan otro fin que encontrar la vulnerabilidad hepática del lector.

Con el amor, como con toda enfermedad contagiosa, sucede que quien la contrae tiene indefectiblemente a quien cargarle la culpa.  Aunque después venga el período del aislamiento, de la cuarentena sentimental, que que los dos enfermos, después de innumerables rodeos, logran encontrarse en el sitio espiritual donde su identificación sintomática comienza a acentuarse y su enfermedad a volverse crónica.

Es el período emocional en que el paciente puede ser desahuciado con la epístola de San Pablo. El hígado se anquilosa, la mujer palidece, el hombre pierde el apetito y se convierte en idiota o filósofo. No le queda entonces otro recurso que especular sobre la metafísica del olvido, que unos ----demasiado precipitados----resuelve con el suicidio, y otros con una papeleta de ruibarbo antes del desayuno.

Revista Semanal Ilustrada  Sábado, 2 de marzo de 1929.



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