El destacado de la semana...

Con ustedes  la odisea de llevar un lápiz en el bolsillo para tener la oportunidad de borrar la marcación de los pasos. Quién se iba imaginar que un borrador tuviera la palabra, la palabra que se traga para volverla a recomponer una nota ligera.

EL BORRADOR DE LOS LÁPICES 
Por Romualdo Gallego

   Entre los objetos cotidianos, entre los pequeños y fieles amigos de quienes tienen algo que ver con las labores de la mente, está el lápiz. El médico, el abogado, el escritor, el ingeniero el contador, el negociante, el pintor, el dibujante, el colegial y el profesor, llevan consigo a todas partes  el ligero adminículo de alma múltiple que ora suma, ora comenta, ora diseña. Pero el lápiz no va solo: lleva sobro sí, a modo de coronamiento y remate, aun ser pálido y equívoco, especie de parásito extraño que nunca le abandona, que le contraría a cada paso y que vive de su savia. Es el borrador. Sin el lápiz el borrador carecería de significación, como carecería de ella los críticos sin los literatos, la oposición sin los gobiernos y los badajos sin las campanas; mas sobre el lápiz , el borrador adquiere una misión inmensamente humana de eterna y constante perfectibilidad. El lápiz representa lo que el hombre es capaz de producir, mientras el borrador simboliza lo que debe eliminar antes de hacer obra perfecta.

----¿Qué dato podría usted simunistrarme para apreciar debidamente el carácter de Juan Vicente Goméz, el dictador de ustedes?---- Pregunté a un venezolano desterrado. A lo cual repuso sin vacilar:

----Mantiene invariablemente entre sus dedos un lápiz sin borardor.

La punta del lápiz es activa pero dogmática; el borrador es burlón y ecléctico. La una dice con serenidad: "yo escribo cosas bellas, verdaderas y útiles, y por eso los antiguos me llamaban "lepus" que significa gracia y belleza". El otro replica sonriendo: "Recuerdo que puedes equivocarte, que te equivocas a menudo, y que yo estoy acá arriba en acecho de tus disparates".


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En efecto: aquel mudo equilibrista de caucho que se yergue en la cima del lápiz, parece decir perpetuamente: "Puedes equivocarte, hombre orgulloso".



   Censor vigilante que vive para recordar a la humanidad su fabilidad, su flaqueza, la inseguridad de facultades, es al mismo tiempo el amigo leal y discretísimo que sabe y calla muchas intimidades y que no vacila en descender de su puesto eminente a limpiar con su cuerpo las tonterías con que se emborrachan las cuartillas.

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   Si no errasen los hombres no existirían los borradores, lo que vale tanto como decir que ese caucho sencillo tiene un significado recóndito y trascendental, que es el representante de un reconocimiento tácito que los hombres han hecho entre sí en todo el universo; el reconocimiento del disparate como apéndice inseparable de la humana condición.

(Sería interesante conocer la opinión que tiene los borradores acerca de la pena de muerte, por el aspecto de lo irreparable...)

  Para los hombres sensatos, ese caucho es el más auténtico representante de la prudencia y del buen sentido; es el ojo avizor; es el cuerpo consultivo de los cronistas; y es la concreción de la duda renovadora de este siglo. 

   Cuando se quiere hacer la estatua simbólica del mentor de las bellas letras y de la terrena perfección, no se podrá menos de acudir al borrador para copiarlo en grandes bloques de mármol.

Crónicas, cuentos y novelas, Medellín. 1934.

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